Aunque pueda parecerles raro, nada me inquieta tanto como la
mar en calma. Cuando se revuelve agitada y espumosa, es ella misma, la
reconozco y no la temo. Ahora no sé si está dormida o agazapada, lo cierto es
que apenas se mueve, y lleva horas silenciosa, diría que ensimismada. Nadar o
navegar por esta resplandeciente alfombra de jade resulta tedioso y aburrido.
En verano la tierra se torna áspera, el agua perezosa, y el cielo nocturno se
asemeja al escaparate de una joyería. La naturaleza, tranquila y previsible
como ciertos amores que viven del pasado, reposa y se recrea en su obra. Menos
mal que las luciérnagas, cigarras y grillos, amenizan la noche con su
prodigioso espectáculo de música y danza. Ahora mismo, el bosque está poblado
de náyades y hadas que, a la luz de la luna, siembran ilusiones y sueños. Pues,
ni modo, hoy mis letras no serán la excepción. Ojalá les complazca tanto
leerlas como a mí juntarlas.
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