domingo, 2 de marzo de 2014

BUENAS NOCHES

Huele a tierra mojada, huele a lluvia. Todo recuerdo va asociado a un olor, y este me recuerda a mi infancia. Por engañosa que nos parezca a veces, la memoria propia y ajena son las mejores fuentes, donde mejor podemos saciar nuestra sed de conocimiento. El miedo a la muerte no es más que el temor a perderla, porque al dolor lo conocemos, pero la idea de cruzar el Leteo resulta aterradora.
Si mi querido tío levantara la cabeza y detectara en mí alta dosis de romanticismo volvería a morirse del disgusto y la decepción. Después de recorrer juntos la historia, filosofía y literatura griega y latina, no entendería que su sobrino favorito acabara en el bando de los que consideraba sentimentales descerebrados. Para él, volteriano de pura cepa, la razón y la lógica debían regirlo todo. Llegaba al extremo de afirmar que el verdadero amor era un mero contrato de convivencia entre dos personas libres y maduras, y que nunca moriría de infarto porque no tenía corazón. Y lo que son las cosas, no he conocido a nadie tan noble y generoso como aquel viejo gruñón, ni un marido más cariñoso, detallista y fiel. Yo no poseo su cultura ni sus firmes convicciones, pero lo que antaño me enseñó en los libros y en sus ideas y pensamientos, lo conservo y me ayuda a mantenerme de pie y a levantarme cuando me toca besar el suelo.

Sigue lloviendo: El chipichipi es una leve música que acaricia y humedece el silencio. Por mi memoria, abierta de par en par, revolotean infinidad de recuerdos. Si lo del río no es una leyenda y estoy condenado a perderlos, unos pocos sobrevivirán aquí por un tiempo. Bueno, algo es algo, y menos es nada. “La letra mata, mas el espíritu vivifica.” Espero que sea cierto.

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