Nunca dejo de sorprenderme. Cada momento sucede algo nuevo,
maravilloso o terrible que, para bien o para mal, me
sorprende. De joven pensaba que a la edad que tengo ahora todo sería distinto,
¿de qué va a sorprenderse quien ha vivido tanto? Pues miren, no es así, porque
la capacidad de sorpresa del ser humano es inagotable y le dura hasta la
muerte, y quién sabe si más allá. Es cierto que tenemos la ingenuidad o la
osadía de pensar que los otros ven las cosas de la misma manera que nosotros.
Si así fuese el mundo sería un oasis de paz y, ¿por qué no decirlo?, de
aburrimiento. Pero somos islas, no continentes, y el hecho de que algunos
estemos de acuerdo en ciertos principios y creencias, no significa que pensemos
igual. Creo que fue Gide el que afirmo que lo más profundo que tiene el hombre
es la piel. Acepto la ironía, aunque una persona o persono –como gusta decir
cierto presidente- tiene honduras a las que ni con la imaginación se llega.
Seguramente es ahí abajo donde están las respuestas. Aquí arriba flotamos en un
agitado mar de preguntas y dudas, en el que vamos de sorpresa en sorpresa ante
las distintas –nunca nuevas- vicisitudes que se nos presentan a diario, sin que
entendamos la razón ni el porqué. Privilegios y servidumbres de estar vivos,
supongo. Y siendo así, me alegro de que me sorprendan y de sorprenderme a mi
mismo a veces.
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