Desde que tengo uso de memoria -no de razón-, me han
reprochado ser poco sociable. Y es cierto, porque para muchos, ser “sociable”
es saber soportar estoicamente majaderías y estupideces con una sonrisa en los
labios, disimulando las inevitables arcadas que suelen provocar determinadas
actitudes y comportamientos. A mí se me nota a la legua cuando estoy a
disgusto, porque ni soy buen actor, ni me apetece ni tengo necesidad de serlo.
Quienes en su día me advirtieron: “Así no llegarás a nada”, acertaron de pleno.
Apenas he llegado a ser una persona de lo más simple, moderadamente libre, con
valores y principios antidiluvianos que muy pocos entienden y valoran. Un
Cronopio entre Famas, que piensa, siente y junta letras fuera de contexto. (Mi
amiga Constanza, siempre lúcida y certera, me lo hizo ver esta mañana, y, una
vez más, acertó.) Como es falso que la verdad sea patrimonio de la mayoría,
conservo la esperanza de no estar equivocado del todo. Quien no se guste ni se
acepte a si mismo, por más que agrade a los demás y tenga éxito, acabará
sintiéndose vacío. Perdón por la inmodestia, pero yo no me siento así. Ojalá
pudiera mejorar y corregir algunos de mis muchos defectos, y mientras que el
precio no sea ser “sociable”, ni convertirme en un estándar, siempre estaré
dispuesto a intentarlo. Para lo otro, por suerte o por desgracia, soy demasiado
torpe y terco.
No hay comentarios:
Publicar un comentario