Los que utilizamos, con mayor o menor acierto, las
metáforas, solemos comparar la vida humana con un libro, en el que, a diario,
escriben el protagonista y un sin fin de actores importantes o secundarios. No
creo que exista un guión previo, sino que improvisamos voluntariamente o
forzados por las circunstancias. Los aciertos y errores se suceden, y como lo
que cuenta es el resultado, al final es el tiempo el que acaba poniéndolo todo
en su lugar, y concediéndole a las cosas el valor que tienen. Dice Woody Allen
que “tragedia+tiempo=comedia”, o lo que es lo mismo: que a la larga, lo que hoy
nos entristece y abruma, mañana nos hará sonreír. Habitualmente suele ser así,
y basta con hacer memoria para comprenderlo. Lo que no debemos es dejar páginas
en blanco o emborronarlas en exceso. En esto también cuenta más la calidad que
la cantidad, y una sola línea puede salvar todo un capítulo, o apagar,
irremediablemente, la brillantez de un largo y elaborado texto. Cada cual es
dueño de escribir sus historias, -nunca es una sola-, como mejor pueda, sepa o
quiera. En mi caso, procuro no extenderme ni adornarlas, y fantasías las justas
o ninguna. “Lo que es, es; y lo que no es, no es.” Y si no me convence la
historia, ni domino el argumento, prefiero no empezarla.
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