Fíjense qué cosas: uno aprieta un simple envase de gel de
baño y, al salir volando pequeñas pompas de jabón, revive escenas de su
infancia. Nada de lo vivido se olvida, basta con dar con el aroma, la textura,
el sabor, el sonido o la visión capaz de activarlo. El tiempo perdido que
Marcel Proust asociaba al café con leche y las magdalenas, regresa de
inmediato, nos ilumina los rincones del alma, y se apaga, -quién sabe si para
siempre-, mientras los ojos se nos quedan cuajados de nostalgia. Como dijo el
poeta: “De toda la memoria, sólo vale el don preclaro de evocar los sueños.” Y
a mí, esa época dorada en la que, sin tan siquiera percatarme de ello, fui
inmensamente feliz, me parece haberla soñado.
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