La vida es un devenir constante. Unos llegan, otros se van,
y los que todavía, aunque maltrechos, nos movemos en medio de los dos extremos,
no queremos irnos, preferimos quedarnos. Lo anterior al principio de este
rompecabezas, y lo que oculta el hipotético final, nos está vedado. Lo único
que podemos hacer es proseguir la marcha, e ir dejando en el camino aquello que
nos estorba y nos frena. Nadie puede vivir ni morir por nosotros. Cada uno es
responsable de sus alegrías y sus penas. Si alguien te decepciona o te utiliza,
no se lo reproches, porque, lo reconozcas o no, todos lo hacemos. Las víctimas
de hoy pueden llegar a ser verdugos mañana, y viceversa. Entonces, mejor no
quejarse. Como no tengo vocación de mártir, ni entiendo lo de poner la otra
mejilla, cuando puedo evitarlo no dejo que me dañen. Y si el daño ya está
hecho, jamás practico la ley de Talión, porque de nada sirve vengarse. Esto no
son lecciones, sino recordatorios que me hago a mi mismo en voz alta. Por si a
alguno de los que me escuchan le resultan útiles, aquí se los dejo, aunque sea
un poco tarde.
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