Cuando decido hablar de mujeres, lo primero que hago es
evitar la tentación de halagarlas. Y créanme que me cuesta ser objetivo, porque
han sido, son y serán siempre el eje y el motor de mi vida. Es obvio que sin
ellas no estaríamos aquí, porque nos han parido, y el amor, sea cual sea
después nuestra tendencia sexual, lo aprendimos de nuestras madres. Tan erróneo
es creerlas diosas o ángeles, como tratarlas como objetos o presas.Son
personas, con todo lo positivo y negativo que ello conlleva. Dependiendo del
trato y las circunstancias, la más frágil puede tornarse roca, y la más dura
puede volverse miel. Es cierto que son muy diferentes a nosotros los hombres,
pero las diferencias no suponen abismos ni barreras, sino algo que interesa y
atrae. Nunca presumiré de conocerlas, pero sí de haberlas amado y respetado,
procurando no idealizarlas, porque las hay buenas y malas. Lo que si afirmo es
que no sabría vivir sin ellas. Cuentan que los primeros seres fueron
hermafroditas, y que desde el momento en que se dividieron en macho y hembra,
cada uno busca, incansablemente, a su otra mitad. Sólo unos pocos afortunados
la encuentran, el resto se pasan la vida buscándola y jamás tienen éxito. Pues
bien, aunque así sea, merece la pena. Peor sería resignarse y renunciar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario