Uno escribe lo que siente, no lo que quiere o debe. Y en
ocasiones, evita releerlo después por no caer en la tentación de cambiarlo.
Poco importa como llamemos a la imperiosa y repentina necesidad de juntar
letras. Los poemas nos vienen dados. Germinan sin que sepamos qué o quién
plantó la semilla. Existen poetas orfebres, capaces de ir engarzando las
palabras con absoluta precisión hasta lograr expresar lo que pretendían. Yo no
puedo escribir así. Por eso los juntaletras gustamos menos y jamás seremos famosos.
Nuestras letras caen como gotas de lluvia en el océano de la literatura, y
desaparecen en él sin dejar rastro. Si es cierto, ¿para qué negarlo? Siendo tan
poca cosa, no nos interesan las imprentas y dejamos en paz a los árboles, ya
que un bolígrafo y una servilleta es cuanto necesitamos.
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