No me cansa lo que algunos llaman “inactividad”, y sí
determinadas actividades forzosas que me imponen o me impongo a diario.
Prefiero un cierto grado de improvisación y anarquía a las mentes cuadriculadas,
lo políticamente correcto y el orden estricto, preestablecido de antemano por
quienes deberían velar por las libertades en vez de limitarlas. Vive y deja
vivir. En lugar de exigirlo, gánate el respeto de los demás respetando también
a aquellos con los que estás en desacuerdo. Opina, no desde el púlpito o el
estrado sino a ras de suelo, con la convicción de que tus verdades no son
absolutas y sin tratar de imponerle tus creencias a nadie. Parece sencillo y lo
es, pero lo complicamos con dosis excesivas de soberbia, orgullo y vanidad. De
qué sirve repetir a diario, “nadie es perfecto”, -más como auto-excusa que por
humildad-, si en el fondo creemos ser menos imperfectos que el resto. O hablar
tanto del amor romántico y abstracto, cuando podríamos entender y practicar el
verdadero amor, amando a cuantos nos rodean. Este juntaletras no se cansará
nunca de la “inactividad” que le permite pensar y meditar sobre cosas de tan
poca importancia, porque después, además de reflejarlas en la pantalla o el
papel, se las graba en la conciencia.
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