Antes de irme de viaje siempre ordeno mis cosas, mis libros,
mis papeles. Lo dejo todo en orden de revista, por si ya no regreso. Que uno
está seguro de a dónde quiere ir, no de si va a llegar. Y prevé volver, pero no
puede estar seguro de que pueda hacerlo. Lo decía Borges, y es muy cierto, hay
personas que no volveremos a ver, lugares en los que hemos estado por última
vez, libros que jamás leeremos. Mientras preparo el equipaje noto cierta
inquietud en los objetos que pueblan mi mundo. Los muebles, los cuadros, los
libros y las figuras se encogen, tiemblan imperceptiblemente, y aún a riesgo de
parecer pueril, yo diría que les entristece y atemoriza que los abandone. Cómo
explicarles que es sólo por un tiempo, que regresaré pronto, si ni siquiera
estoy seguro de eso. En cambio, las personas aceptan que me vaya, y aquellas
que me echarán de menos, saben o, mejor dicho, suponen que volveré. Y espero
que así sea, porque el bosque no está sólo en la computadora, en mi corazón y
en mi cerebro, sino también en la casa y los sitios que frecuento. Una parte me
la llevaré conmigo, la otra, en la que está mi olivo, se queda aquí. Ya no le
doy más vueltas al asunto, porque si no, me quedo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario