domingo, 7 de diciembre de 2014

BUENAS NOCHES


Tengo amigos entrañables que son dados al optimismo fácil. Suele ser gente buena y sencilla para la que querer es poder, y no hay más. ¡Olé al Carpe diem, al relativismo y al buenismo a ultranza! Ya Voltaire los describió en su novela Cándido, y miren que ha llovido desde entonces, pero no han dejado de perseverar en su afán de verlo todo de color de rosa. Quien no es feliz es porque no sabe serlo; al que se está muriendo le bastaría con desear vivir para curarse; el que perdió el amor de su vida no debería estar triste sino buscarse otro; el que pasa hambre es porque no se ha percatado aún de dónde está la comida, y… ¡para qué seguir! Lo curioso y enternecedor es que la mayoría de ellos no predican con el ejemplo, ya que tampoco son felices ni nadan en la abundancia. Sufren y padecen como el que más, pero se consuelan pensando que todo tiene solución. Su fe no mueve montañas, pero transforma la realidad en un espejismo idílico en el cual todo es posible, y lo malo y lo feo lo inventamos los que no podemos ver el mundo como ellos lo ven y somos incapaces de aplicar sus recetas para que todo vaya de fabula. Su ingenuidad no es un defecto; tampoco una virtud. Si acaso una variedad de miopía. ¿Para qué debatir con quienes, diga lo que diga, sé de antemano lo que me van a contestar? Nada más lejos de mi ánimo que estallarles su burbuja de colorines, pero me niego a comulgar con ruedas de molino y negar lo evidente. Sería inútil decirles que no todo depende de uno mismo, y que, por más que cueste aceptarlo, lo inevitable existe. Y por mucho que sepamos encajar o disimular, las derrotas nos dolerán igual. ¿Pesimismo? No, queridos, solo un mínimo de sentido común.


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