lunes, 15 de diciembre de 2014

BUENAS NOCHES


Es cierto que cada uno conoce su historia y puede verla en su totalidad. Si aún así es difícil ser objetivo y cuesta entender determinados pasajes, opinar sobre la del otro es una temeridad. Por eso, cuando alguien escribe o habla de sus propias vivencias me limito a leer o a escuchar, y si se trata de un trabajo literario, a valorar lo escrito. Ni sé ni me importan el antes o el después. El escritor o el poeta me ofrece un fragmento, real o imaginario, de vida, y en él es en lo que me debo centrar. El más frecuente de los errores ante un texto o un poema es buscar tras el decorado lo que motivó al autor a escribirlo. Si nos lo revela, bien, y si no, da igual. Aquí todos –y me incluyo- no comentamos sobre la calidad de lo escrito sino sobre la persona y sus sentimientos, cuando eso es precisamente lo que no es opinable ni está sujeto a crítica alguna. Cada uno es como es y siente como siente. Yo no debo enjuiciar a Pepito sino a su obra. Cuando publica algo no me está preguntando ¿qué te parece cómo amo o desamo a esta o aquel? , sino que está compartiendo su personal visión sobre el amor o el desamor, y yo, como lector, puedo enjuiciar si me parece que el fondo y la forma son adecuados, pero sin entrar nunca en el terreno personal que desconozco y no soy quien para enjuiciarlo. De haber vivido en la juventud de Neruda, tras leer su Poema 20 no le habría aconsejado, “no pierdas la esperanza”, “vuelve con ella si aún la quieres”, o “no te preocupes que conocerás a otra que te la haga olvidar”. Me habría roto las manos aplaudiendo y ya está. Capisci?

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