Es cierto que cada uno conoce su historia y puede verla en
su totalidad. Si aún así es difícil ser objetivo y cuesta entender determinados
pasajes, opinar sobre la del otro es una temeridad. Por eso, cuando alguien
escribe o habla de sus propias vivencias me limito a leer o a escuchar, y si se
trata de un trabajo literario, a valorar lo escrito. Ni sé ni me importan el
antes o el después. El escritor o el poeta me ofrece un fragmento, real o
imaginario, de vida, y en él es en lo que me debo centrar. El más frecuente de
los errores ante un texto o un poema es buscar tras el decorado lo que motivó
al autor a escribirlo. Si nos lo revela, bien, y si no, da igual. Aquí todos –y
me incluyo- no comentamos sobre la calidad de lo escrito sino sobre la persona
y sus sentimientos, cuando eso es precisamente lo que no es opinable ni está
sujeto a crítica alguna. Cada uno es como es y siente como siente. Yo no debo
enjuiciar a Pepito sino a su obra. Cuando publica algo no me está preguntando ¿qué
te parece cómo amo o desamo a esta o aquel? , sino que está compartiendo su
personal visión sobre el amor o el desamor, y yo, como lector, puedo enjuiciar
si me parece que el fondo y la forma son adecuados, pero sin entrar nunca en el
terreno personal que desconozco y no soy quien para enjuiciarlo. De haber
vivido en la juventud de Neruda, tras leer su Poema 20 no le habría aconsejado,
“no pierdas la esperanza”, “vuelve con ella si aún la quieres”, o “no te
preocupes que conocerás a otra que te la haga olvidar”. Me habría roto las
manos aplaudiendo y ya está. Capisci?
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