Hay amigos de verdad, capaces de darlo todo a cambio de nada
y de jugarse la hacienda y la vida, sin pestañear, cuando la ocasión lo
requiere. También los hay más falsos que Judas. Estos últimos son fáciles de
identificar, porque son egoístas e interesados, jamás hacen nada que no les
beneficie, y en los malos momentos nunca están. Los ilusos o vanidosos que
presumen de tener muchos amigos, se engañan. Y como no debemos desearle el mal
a nadie, ojalá que no se vean en la necesidad de recurrir a ninguno de los que
creen incondicionales cuando precisen ayuda, ya que, en cuanto el éxito y la
fortuna les dé la espalda, pretextos y excusas es lo único que recibirán. Al
ganador se arriman todos por si se les pega algo, pero del perdedor nadie se
acuerda. Los parásitos, hipócritas y aduladores, abundan. El éxito y la alegría
los atraen más que la miel a las moscas; el fracaso y la tristeza los ahuyenta.
Las decepciones duelen mucho, pero enseñan a valorar quién es quién. En tales
casos, suelen bastar, y hasta sobrar, los dedos de una mano para contar a los
que no abandonan el barco cuando amenaza con hundirse. Las ratas siempre son
las primeras en saltar por la borda, aunque algunas ni siquiera sepan nadar.
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