La poesía es más fácil escribirla que explicarla. Los poemas
son como esos cuadros en los que los entomólogos clavan las mariposas. Palabras
a modo de alfileres que ensartan ideas, emociones y sentimientos, para
exponerlos en la pantalla o el papel. Para el poeta el lenguaje es el puente
que lo une al lector. Y en el caso que este pueda, quiera y sepa cruzarlo,
tendrá que buscar en su interior lo que refleja el texto, o no habrá magia.
Dado que la distancia más corta entre dos puntos es la recta, cuanto más
sencillo, directo y llano sea el lenguaje, mucho mejor. Si el objetivo es que
nos lean y entiendan, carece de sentido complicarlo todo con florituras y
arabescos. La belleza. -al menos la que a mí me gusta e importa-, suele ser
sencilla y diáfana; y el amor, cuando es de verdad, también. Por ejemplo, si
escribo: Hoy Eolo está enojado, la mayoría de ustedes entenderán que sopla
fuerte el viento. Pero lo mismo que menciono al dios griego, podría mencionar a
Fujin, Od, Wotan, Kukulcán, Vayu, Amón o Valú, que también son dioses del
viento en otras culturas, y muchos tendrían que detenerse a consultar quién es.
Pero la poesía debe leerse sin paradas innecesarias ni obstáculos a la
comprensión del texto. Yo escribo para que me lean y me entiendan todos, no
para poetas y eruditos. Y una persona no deja de ser culta por ignorar que Vayu
era el dios del viento en la antigua Persia. De modo que, salvo excepciones muy
puntuales, este juntaletras escribiría: Hoy sopla fuerte el viento, y a otra
cosa. A quienes me consideran demasiado simple o vulgar juntando letras, les
aseguro que puedo escribir de forma que no me entienda casi nadie, ni siquiera yo.
Pero, ¿para qué?
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