miércoles, 26 de febrero de 2014

BUENAS NOCHES


Como cada noche, a la hora de juntar letras, me asalta la duda de a quién va a interesarle lo que yo escriba. Cuando no tengo claro lo que deseo decir, la página o la pantalla en blanco me pone los pelos como escarpias y me entra el miedo escénico. Hoy, una vez más, tuve que enfrentarme a quienes pretenden tener siempre razón. Es imposible dialogar con ellos, porque se ciñen al guión sin desviarse un ápice de lo establecido, y a mí me encanta improvisar. Vivir y actuar según lo previsible y lo acordado resulta tan aburrido, que prefiero salirme del camino y andar campo a través. Ya sé que es arriesgado, pero merece la pena tropezar y equivocarse una y mil veces, a cambio de ser libre y experimentar sensaciones nuevas sin resignarse ni renunciar a nada. Con el corazón por delante y el cerebro detrás tratando de corregir el rumbo y frenar sus alocados impulsos, navego por el río del tiempo sabiendo a dónde, pero no por dónde, me lleva. Todos, hasta los más ilusos, conocemos el destino final de este viaje que a mí se me está haciendo corto, demasiado corto. Del niño que subía a su atalaya en la azotea a ver amanecer al casi viejo de ahora, apenas si hay distancia. Sólo una incomprensible y engañosa cifra de años difícil de creer. Saltando de recuerdo en recuerdo, en pocos segundos me pongo de entonces a aquí, porque en medio apenas encuentro nada relevante en lo que detenerme. Si acaso algún que otro instante en el que fui feliz o creí serlo, y tras él el vacío de la desdicha, la rutina y el tedio. Lo demás son “historias que recordar no quiero”, y esperanzas y sueños que nunca llegaré a realizar.

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