El otro día, uno de los jóvenes con los que tanto disfruto y
aprendo, me contó que había soñado con una chica que le gusta mucho, y que,
cuando al día siguiente se lo dijo, ella se enfadó. ¡Hombre, don Tomás –se
quejaba el muchacho- ¿tengo yo la culpa de soñar con ella?! Mientras me reía le
aseguré: -No, por supuesto que no, pero si de molestarla contándole tu sueño.
Los hay que piensan que el hecho de estar enamorado
justifica el asediar a la persona amada cuando no son correspondidos. Pensar
que el amor puede ser conquistado es una creencia absurda, y de la conquista al
acoso va un paso. Incapaces de aceptar el “no” por respuesta, prefieren
interpretarlo de mil maneras, menos de la más simple y adecuada: no me ama.
Ante su impaciencia y sus -¿Qué le
digo?”, lo único que se me ocurre es –Nada, no le digas nada. Si es cierto que
siente lo mismo que tú, sabrá valorar tu silencio y que respetes su decisión
más que el que la estés incordiando. Y si no lo siente, acabará harta de
ti.
Tengo claro que no me hacen el menor caso, y no se lo
reprocho. De joven, y de no tan joven, cometí el mismo error. Así que, cuando
acaban descalabrados en la dura realidad, ni se me ocurre el tan molesto como
innecesario -¡Te lo dije! , sino que les animo a levantarse y seguir andando.
Sólo de los propios errores –y no siempre- es posible aprender.
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