En el
mundo hay de todo, y la vida es un continuo carrusel de experiencias. Unas
gratas y otras desagradables. Como aquí abajo escasean los santos, y ni lo soy
ni conozco a nadie que lo sea, mejor tener paciencia y que los demás la tengan
con nosotros. Sucede que solemos llamar amigos a quienes no lo son ni saben
serlo. La menor chispa provoca una explosión que convierte en añicos la supuesta amistad. Para qué
molestarnos en dialogar y hacernos entender, o en tratar de entender al otro,
cuando lo fácil es dar media vuelta y si te vi no me acuerdo. Ya que tanto
presumimos de tolerantes por qué llevar siempre el hacha bien afilada bajo el
brazo. Pues porque parece que lo único prioritario es quedar bien y tener razón
a toda costa. Y a falta de argumentos, un tajo soluciona el problema. No deja
de ser curioso que quienes mejor saben expresarse, suelen ser los más radicales
en estos casos. Aquellos que no paran de reivindicar la libertad de expresión,
son los primeros en negársela a sus adversarios. ¿Dónde queda la sensibilidad
de la que hacen gala en sus escritos y poemas? Disuelta en el ácido de la
soberbia, aplastada bajo el peso del ego, contaminada de vanidad y rencor.
Después de mostrar sus fauces, reaparecen en público disfrazados de corderos.
Pues nada, leámoslos porque escriben bien y merece la pena leerlos. Pero, en lo
personal, ¡cuidado con ellos!
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