Vivimos
en la época de las contradicciones. Nunca antes hubo tantas bibliotecas ni tan
bien dotadas. Los libros, en ellas y en la Red, están al alcance de todos, pero
si las estadísticas no mienten, pocos los leen. Conozco a muchos que presumen
de hablar correctamente y jamás han consultado un diccionario. Pero eso si,
tienen en sus casas, bien a la vista, la
última edición del de la Real Academia. Van siempre con el periódico bajo el
brazo, cuando apenas hojean los deportes y los sucesos. Los más osados miran
las esquelas, quizá por comprobar si está la suya o la media de edad a la que
se muere la gente. Tras un rápido vistazo, respiran aliviados al constatar que
quienes se mueren son otros y no ellos, o fruncen el ceño y mascullan: ¡Vaya,
tendré que ir al entierro! Siendo tan tradicionalistas e ilustrados, no es de
extrañar que me pregunten: ¿Y tú qué haces metido en FB?
¡Menos
mal que antes de que pueda responderles, ya están hablando de economía o del
tiempo! Nunca lo entenderían.
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