Ya
nadie busca El Dorado, mítica ciudad perdida, con murallas y edificios de oro
puro. Tampoco la Fuente de la Eterna Juventud despierta hoy el mismo interés de
antaño, tal vez por culpa de la cirugía estética, las cremas rejuvenecedoras y
los gimnasios. Pero como en algo hay que entretenerse y en todas las épocas
hubo ilusos, en la nuestra, para no ser menos,
los buscadores de tesoros se obstinan en dar con uno de los más fabulosos y
anhelados: la felicidad. Lo malo es que la mayoría no saben dónde o en quién
buscarla, y lo que es peor, al tratar de definirla son incapaces de ponerse de
acuerdo. Lo bueno es que, al parecer, existir existe, ya que unos pocos
aseguran poseerla. Pese a ironizar tanto sobre ella, creo habérmela tropezado
en un par de ocasiones. Fue tan súbita y breve que apenas la recuerdo, y me
cuesta diferenciar lo real de lo soñado. Quién sabe, tal vez no haya
diferencia. Para serles sincero, soy escéptico y no la busco, pero celebraría
vivirla o soñarla de nuevo.
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