“Los amorosos son los insaciables.
Los que
siempre -¡qué bueno!- han de estar solos.”
Jaime Sabines
Siempre he sido amoroso, he dado -y he recibido- mucho amor,
pero en todas mis relaciones fracasé como pareja. Podría tratar de justificarme
alegando ser un incomprendido, mas creo que es al contrario, me comprendieron
demasiado bien y por eso me dejaron solo, ya que acabaron aceptando que ese era
mi estado natural. La mujer es mucho más intuitiva que el hombre, y pocas cosas
se le esconden de aquel al que ama. Puede disculpar y pasar por alto vicios y
defectos, pero no perdona la infidelidad. Y yo, esté con quien esté, no puedo
renunciar a mi amante de siempre, que me acompaña desde que tengo uso de razón,
sin pedirme nada, permitiéndome en todo momento ser como soy o como quiero ser.
Se llama Soledad, igual que mi madre. En realidad no la amo, pero la necesito
más que a ninguna otra. Uno no ama por necesidad. En la relación amorosa sobra
el “te necesito”, sencillamente porque es incierto que nadie necesite a nadie.
Si estoy junto a quien quiero y puedo estar, es porque me apetece, no porque me
haga falta. Nunca he tenido claro si es ella o soy yo quien elige el momento de
juntarnos. Creo que surge y ya está. Y la que trata de interponerse entre
nosotros acaba por perder la paciencia. Tal vez amar y renunciar sean verbos
incompatibles, tanto como compaginar egoísmo con generosidad.
Ya ven qué generoso soy conmigo mismo haciéndoles creer que
mis relaciones fracasaron por lo que les cuento y por nada más. La parte no es
el todo.