Viajé durante miles de millones de años, desde una estrella
que explosionó, hasta recalar en este pequeño planeta. Floté durante unos
cuantos cientos de años en las aguas del océano, hasta ascender a una nube. A
los pocos días, caí sobre un prado. No estuve demasiado tiempo en el barro.
Junto a otros de mi especie, acabe convertido en savia, flor y fruto de una
planta. De ella pasé a alimentar a la mujer que comió la fresa. Refugiado en
una de sus células, vi llegar a otra célula intrusa, que obligó a aquella en la
que yo estaba, a multiplicarse miles de millones de veces. Fue hace casi
sesenta años. Ahora estoy en un organismo ya desgastado, que comienza a
envejecer. Cuando me toque regresar a la tierra, espero tener la misma suerte para
poder asomarme de nuevo a esta especie de balcones que me permiten ver el
mundo. Aunque un modesto y diminuto átomo no sabe nunca dónde acabará.
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