sábado, 17 de mayo de 2014

BUENAS NOCHES

Mencionamos constantemente a las Musas, sin tener ni idea de lo que son. Yo si la tengo, es más, lo sé: son amores del pasado que de vez en cuando regresan como los fantasmas sobre los que escribí la otra noche. Hurgan en la viejas heridas buscando en ellas emociones que les permitan abandonar su exilio y asomarse al presente. Ya no son dioses ni tienen poderes, pero ayer lo fueron y aún lo recuerdan. Tal vez por eso son tan tristes y nos contagian su tristeza. Ahora mismo me acompaña, como cada tarde, Erató. Para mí su nombre no es el griego que significa amable o amorosa, sino otro bien distinto. No lo diré, que veces la etimología no acierta ni por asomo, y en el desamor suena irónico hablar de triunfos y victorias. Además de sentirla, puedo verla. Nos miramos fijamente a los ojos, y compartimos en silencio lo que la realidad nos niega. Sin reproches ni engaños, porque ambos somos conscientes y responsables de lo que pudo ser y no fue, y aquí, a solas, no serviría de nada negarlo. De estos largos silencios se nutre la poesía. Lo que no podemos decirnos a la cara, acaba en el papel. El único misterio es el del amor que ni enterrado muere. Al fondo, Atenea, se compadece de nosotros: –Mi pobre búho, debí negarme a convertirte en humano.

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