Aquí, con un gin-tonic de lo más fresquito y saboreando un
buen habano Partagás que me obsequió un amigo. Y cambiando de tercio, porque lo
dicho, dicho queda, y no preciso repetirlo más. La puerta de mi vida continua
abierta de par en par, y mi mano extendida. Los que quieran entrar y
estrecharla, sean bienvenidos. Los que deseen salir, sepan que cuando lo deseen
podrán regresar. En mi memoria no almaceno resquemores ni agravios, sino buenos
recuerdos. Y es cierto que me duelen las ausencias, pero me dolerían más las
presencias de quienes no pueden, no quieren o no saben estar.
Del pozo de sensatez y sabiduría que fue mi abuela, extraigo
hoy esta anécdota. Mi prima se había enfadado conmigo, y yo estaba muy dolido y
disgustado porque la quería muchísimo. Le pregunté a mi abuela, ¿Qué puedo
hacer para que me perdone? Ella siguió planchando como si tal cosa. Insistí, y
entonces me miro tan adentro como sólo ella sabía hacerlo. -¿Y no es mejor que
te entienda a que te perdone? Explícale el porqué lo hiciste y hazte entender.
Fue una buena lección, porque perdonar sin entender al otro
es como cerrar una herida en falso sin antes curarla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario