Antes, cuando me aburría de ser yo, trataba de cambiar, de
ser otro. Nunca lo conseguí, y ya ni lo deseo ni lo intento. Y es que no se
puede. No sé, quizá fingiendo… Pero, ¿para qué engañarme a mi mismo? Tras
tantos años de convivencia uno se acepta tal cual es, aunque en el fondo no se
guste demasiado, y albergue serias dudas sobre si lo que cree ser es del todo
cierto. Uno es el que es, el que cree ser y el que los demás creen que es. Esta
imprecisa y vaga trilogía de creencias nos da una idea aproximada de como
somos. Cuando alguien me aconseja: lo importante es que seas tú, le agradezco
su buena intención, pero la pregunta es inevitable, ¿y quién soy yo? Ojalá lo
supiera. Algunos, al parecer, si lo saben. Cuánto me alegro por ellos. En
ocasiones me dicen: No te reconozco, este no eres tú. Pues qué lástima, porque
tal vez lo soy. Ya que estamos entre amigos, permítanme confesarles una cosa:
me trae sin cuidado saberlo. Cuando alguien me gusta y me cae bien, no trato de
definirlo ni suelo preguntarme el porqué. Cuestión de química afirman unos;
cuestión de almas que se reconocen, pienso yo. Y cuando me disgusta o me cae
mal, me digo: Con la de veces que te has equivocado al juzgar a otros, merece
el beneficio de la duda. Mejor pecar de ingenuo que de injusto. El verbo ser
parece sencillo pero, al contrario que a Parménides, a mí me resulta el más
difícil.
No hay comentarios:
Publicar un comentario