jueves, 22 de mayo de 2014

BUENAS NOCHES


Antes, cuando me aburría de ser yo, trataba de cambiar, de ser otro. Nunca lo conseguí, y ya ni lo deseo ni lo intento. Y es que no se puede. No sé, quizá fingiendo… Pero, ¿para qué engañarme a mi mismo? Tras tantos años de convivencia uno se acepta tal cual es, aunque en el fondo no se guste demasiado, y albergue serias dudas sobre si lo que cree ser es del todo cierto. Uno es el que es, el que cree ser y el que los demás creen que es. Esta imprecisa y vaga trilogía de creencias nos da una idea aproximada de como somos. Cuando alguien me aconseja: lo importante es que seas tú, le agradezco su buena intención, pero la pregunta es inevitable, ¿y quién soy yo? Ojalá lo supiera. Algunos, al parecer, si lo saben. Cuánto me alegro por ellos. En ocasiones me dicen: No te reconozco, este no eres tú. Pues qué lástima, porque tal vez lo soy. Ya que estamos entre amigos, permítanme confesarles una cosa: me trae sin cuidado saberlo. Cuando alguien me gusta y me cae bien, no trato de definirlo ni suelo preguntarme el porqué. Cuestión de química afirman unos; cuestión de almas que se reconocen, pienso yo. Y cuando me disgusta o me cae mal, me digo: Con la de veces que te has equivocado al juzgar a otros, merece el beneficio de la duda. Mejor pecar de ingenuo que de injusto. El verbo ser parece sencillo pero, al contrario que a Parménides, a mí me resulta el más difícil.

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