Paseo solo por calles y parques vacíos, envuelto en la
fragancia de las flores dormidas, repleta de recuerdos la memoria. En cierta
fecha, oculta en la hojarasca de un calendario, impreso o aún por imprimir,
caeré en silencio en un rincón de estos lugares que recorro a diario, sin
tiempo para despedirme de nadie. Qué importa, tampoco dije nada al llegar aquí.
Valoro mucho a los médicos, aunque no comprendan que lo mío no es durar sino
vivir. Ya he vivido lo suficiente, y el tiempo que me quede, sea el que sea, es
un regalo y pienso disfrutarlo. Nada disgusta tanto al espectador como una obra
que se prolonga innecesariamente. ¿De qué sirven los epílogos? No pasan de ser
un vano intento de aclarar o corregir lo que no quedó claro en el texto, cuando
ya es demasiado tarde. Siempre me
salté los que escribieron otros, y, por mera coherencia, me niego a someter a
nadie a tener que leer el mío. Mientras pueda ser tal cual soy y como soy de
acuerdo, adelante. Pero sin recortes ni renuncias de ningún tipo. Mi doctor
favorito me comprende: “Cuéntame lo que haces y lo que vas a hacer, y trataré
de ayudarte sin prohibirte ni reprocharte nada.” Como él hay pocos, la verdad.
Te estoy agradecido, amigo. ¡Salud!
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