sábado, 13 de junio de 2015

BUENAS NOCHES

Veo el mundo a través de cristales que se me empañan por momentos. A veces me pregunto si en realidad lo veo o sólo lo imagino o recuerdo. Hay cosas que, afortunadamente, no cambian. La mar sigue siendo la misma, somos viejos amigos y, cuando me acerco a ella, nos reconocemos. Hasta diría que se alegra tanto de verme como yo me alegro de verla activa y luminosa siempre. Señora de la vida y del misterio. Inmenso y mágico útero del que nació todo lo que hoy anda, repta y vuela sobre la tierra. Desde que tengo uso de razón, –no mucha, para qué engañarles-, la he tenido cerca. Me crié en una playa, con la mar, la arena y el sol por compañeros de juegos. Dos de mis amigos de entonces pagaron cara la osadía de desafiarla. Mi padre, que la adoraba, me enseñó a respetarla mucho, pero, como la conozco bien, no la temo. Es curioso, para los de tierra adentro suele ser “el mar”, para los marineros y los que vivimos en sus orillas es “la mar”. No sé si el masculino en este caso denota desconocimiento. Diría que si, porque la mar es femenina al ciento por ciento. Como toda hembra, es bella, sensible y generosa, aunque hay momentos en los que, si se enoja, sabe mostrarse firme e intratable e incluso cruel. Cuando me muera no quiero ser incinerado ni que mis cenizas las arrojen a sus inquietas aguas. Soy terrícola y deseo reposar bajo la tierra para devolverle todo lo material que hay en mí. Pero amo más a esta que ahora tengo ante mis ojos, que despertó mi libido con caricias y besos de espuma, obsequiándome dos de los tres colores primarios, el verde y el azul. El tercero, el rojo, me lo obsequió mi madre. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario