No estamos en otoño
pero me siento hoja a merced del viento. Y el aíre es caprichoso; juega, se
arremolina, acelera de pronto, nos arranca de la rama, y ya lejos del árbol no
hay donde sujetarse. Quien comparó al destino con el viento, acertó de pleno y
clavó la flecha en medio de la diana. En ocasiones límites hasta el más
descreído acaba creyendo en
fuerzas desconocidas, quién sabe si predeterminadas, ante las que sólo cabe
resignarse y rezar. La hoja caída lo primero que deja atrás es la soberbia, el
“querer es poder” y otros tópicos parecidos que tanto divierten o irritan a los
dioses. Entonces, si todo está escrito y es inalterable, ¿para qué
preocuparnos? No sé, tal vez porque si no escribir el texto, si nos es dado
cambiar algunos puntos y comas que de algún modo lo modifican. Algunos creemos
en la magia, no en la de una noche determinada sino en la de todas las noches
del año. Ayer la luna me hizo un guiño y dejó que la fotografiara. Hoy me he
pasado el día buscando la esperanza por todas partes, y como a veces me suele
suceder con los objetos, no la encontraba pese a tenerla delante de mí. No
siempre que miramos vemos lo que hay que ver.
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