domingo, 28 de junio de 2015

BUENAS NOCHES

Los antiguos griegos entendían la vida como un río por el que navegamos hacia el Leteo, en el que nos aguarda el Barquero para cruzarnos a la otra orilla. En esa breve travesía perderemos todos nuestros recuerdos. Yo ni creo ni dejo de creer, pero, por si acaso, cuando me muera que me pongan como a ellos una moneda en la boca para poder pagar el viaje. A mí querida amiga Angela Bevilacqua y mí nos gustan mucho estas leyendas que tienen un trasfondo de verdad. El lenguaje de los símbolos es capaz de expresar más y mejor lo oculto y misterioso de la existencia humana. Los dioses del Olimpo, apasionados, soberbios y caprichosos, aunque mucho más cercanos a nosotros que los actuales, no eran omnipotentes y aun a riesgo de despertar su cólera se les podía engañar. Imaginarlos en el exilio me provoca como a Heine una compasiva melancolía. Si todo ocaso tiene su punto de tristeza, el crepúsculo de los dioses paganos es más patético y enternecedor. Ya sé que a la mayoría de la gente les traen sin cuidado estas cosas, pero no está de más conocer lo que sin ser conscientes de haberlo heredado forma parte de nosotros y condiciona nuestras creencias. Un árbol se sostiene y sobrevive gracias a sus raíces. Cuanto más extensas y profundas sean estas, mejor. Todo lo que somos y tenemos está en el presente, pero el suelo que pisamos es la consecuencia de un pasado que no debemos olvidar. Lean o relean la Ilíada, y no dejen que el cine que la simplifica y empobrece, les prive de tan delicioso manjar. 


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