lunes, 8 de junio de 2015

BUENAS NOCHES

Las personas –yo, al menos, para no caer en el error de generalizar- no tenemos compartimentos estancos e impermeabilizados. La alegría y la tristeza, el buen humor y el malo, se transparentan e impregnan lo que hacemos y decimos a diario. Somos emisores y receptores de emociones y sentimientos, por más que, a veces, preferiríamos ser esfinges. No solo las palabras, la mirada y los gestos nos delatan; ausencias y silencios son igualmente expresivos, o tal vez más. En varias ocasiones hemos hablado de las máscaras y disfraces que, en nuestra sociedad carnavalesca, donde tanto se valoran las apariencias, se ha vuelto una necesidad. Ser o no ser da lo mismo, lo importante es aparentarlo. Admitamos que el camuflaje es un arte que a algunos nos está negado. Y, por supuesto, exige talento y sacrificios. Que quieren que les diga, con un mínimo esfuerzo puedo llegar a comprender a tales “artistas”, pero no admirarlos. Una de las falacias que más me disgusta es la de que “una mentira, si se repite mucho, acaba siendo verdad.” ¡Pues no y mil veces no! Una mentira es lo que es y lo seguirá siendo aunque la mayoría la crea y la dé por cierta. Los camaleones auténticos, son fascinantes; los humanos que los imitan, acaban resultando patéticos. 


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