Como ya les conté en
cierta ocasión, soy un autodidacta, o lo que es igual, me eduqué y mal eduqué a
mi mismo. En las paredes de mi casa no hay títulos ni diplomas, y si tuviera
que redactar mi curriculum –hasta ahora nunca lo he hecho-, el apartado de
Formación Académica tendría que dejarlo en blanco. ¡Qué le vamos a hacer! No me
enorgullece ni me avergüenza
haber bebido directamente en las fuentes, sin orientadores ni intermediarios,
aunque tampoco se lo recomiendo hoy a nadie, ya que lo mucho o poco que sepan,
si no lo avala un papel firmado por un rey y un ministro, es agua de borrajas.
Antaño, el púrpura iba asociado a la sabiduría, la creatividad, la
independencia y la dignidad; Ahora es el color de los billetes de quinientos
euros.
Junto
estas letras mientras la luna, Venus y algunas estrellas surgen
resplandecientes del océano. Me agrada verlo así aunque no sea real. Pájaros
volando hacia sus nidos, flores que se cierran, niños y enamorados recorriendo
el paseo absortos en sus juegos. De todo cuanto me rodea me quedo con lo que no
cambia ni cambiará nunca. En el cajón de sastre de mi memoria encuentro lo que,
hace muchos años, escribió el poeta Alfred Tennyson: “Flor en el muro
agrietado, yo te arranco de tu tumba y te sostengo, raíz con raíz, tu todo con
el todo. Pequeña flor, si pudiera captar tu esencia, entendería qué es el
hombre, qué es dios.” Me emociona saber que, en la diminuta flor que acarician
mis dedos, están todas las respuestas. Ella me las transmite a su manera, pero
no logro entenderla... o quizá si.
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