No se rían… o sí,
ríanse porque reír es bueno, pero les aseguro que en ocasiones me echo de menos
a mi mismo. Quizá sea debido a que no es fácil reconocerse todo el tiempo, ya
que al alma, como al sol, la tapan a veces negros nubarrones de tormenta, o
porque la conciencia no es un espejo tan benévolo y complaciente como aquellos
en los que nos vemos reflejados a diario. Decía Paul Valéry que “lo
más profundo que hay en el hombre es la piel” o lo que es lo mismo, los
sentidos. Pero los sentidos sólo son herramientas. Tras ellas está el ser
humano con sus luces y sombras, con sus cumbres y abismos. Cuando no me
encuentro, al único que se me ocurre buscar como punto de referencia es a aquel
niño que se despertaba al alba para subir a la azotea de su casa a contemplar
amanecer. Él se limitaba a admirar tan grandioso espectáculo sin hacerse
preguntas sobre el cómo y el porqué. Hemos olvidado admirar y jugar. Lo dije
anoche y lo repito ahora, sobra tanto equipaje. Más que aprender cosas nuevas
lo sensato sería desaprender la mayoría de las que creemos saber, que además de
no servir para nada suponen un estorbo y una pesada carga. Tal vez la causa de
no reconocernos sea el haber enterrado bajo la enorme losa llamada cultura la
capacidad que teníamos antaño para disfrutar y sorprendernos.
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