Teniendo al otro lado a
tantos seres queridos como acá, no me inquieta irme, o mejor dicho, regresar a
él. Seguro que un día todos estaremos juntos en ese lugar que ni siquiera logro
imaginar. Nuestras almas, que guardan celosamente el secreto de la existencia,
se reconocen y se citan en el misterioso “más allá” que algunos temen o niegan,
quizá porque se obstinan en basarlo todo en lo material y
temporal, desoyendo la voz que en su interior les habla de otra vida que la
razón desconoce y no puede explicar. ¿Acaso la oruga o la crisálida son
conscientes de que mañana serán mariposa y podrán volar? Respeto las creencias
y opiniones de quienes sobre esto saben lo que yo, que no sé nada. Lo que creo
o dejo de creer al respecto, carece de importancia. La duda y la esperanza no
son incompatibles, y ambas me permiten mantener el equilibrio. Lo hecho, hecho
está, y lo que ha de venir que venga cuando y como quiera, que lo estaré
esperando. Agua, pan y cariño es cuanto necesito en medio de este océano en el
que he navegado y naufragado tanto que apenas me asustan las tormentas ni me
entusiasman los cruceros paradisíacos. A lo único que aspiro es a estar en paz
conmigo mismo y a no dañar a nadie. Lo primero me cuesta bastante, de lo
segundo –al menos conscientemente y a propósito- me declaro incapaz.
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