Está noche al salir a
la terraza, en uno de los ángulos de la puerta vi a una pequeña araña tejiendo
diligente su tela. Hilos como de plata, entrecruzados y brillantes, iluminados
por la luz de la luna que me delató su presencia. Por supuesto no le hice daño,
sólo la trasladé al patio y en él anda ahora reiniciando su obra. Nadie le
enseñó a tejerla, pese a lo cual le sale idéntica a la de sus
congéneres de hoy y de antaño. Sólo cuando despojados de la soberbia de
creernos los reyes de la Creación, observamos lo que nos rodea más como niños
que como “sabios”, percibimos tales maravillas y logramos servir para lo que
fuimos creados. Hace tiempo que me limito a admirar la naturaleza sin hacer
preguntas que ni yo ni nadie puede responder. Todos, desde la ballena azul
hasta la más diminuta bacteria, somos importantes y estamos aquí por algo y
para algo. Es cuanto necesito saber. Esa araña cuyo aspecto me inquieta y que
siempre es la mala del cuento, hace lo que debe hacer para sobrevivir. Yo la
respeto y ella me ignora y sigue en lo suyo. La luna continua su camino. Qué
sencilla y hermosa es la vida, y hay que ver cómo solemos complicárnosla y
complicársela a otros innecesariamente.
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