Todos, desde el más sabio al más ignorante, desde el más
famoso al más anónimo de los seres humanos, tenemos una misión que cumplir y,
mejor o peor, la cumplimos. Cuando las circunstancias o la propia pereza nos
desvían del camino y nos paralizan, siempre sucede algo o aparece alguien que
nos impulsa hacia delante y nos recuerda el rumbo a seguir. Esto no es
determinismo, ni supone una merma de libertad, sino al contrario, ya que somos
libres de elegir el qué, el cómo, el cuándo y el dónde, pero lo que no podemos
es no hacer nada. Cuántas veces al preguntarle a alguien ¿qué haces?, me
responde que no hace nada. Y no es cierto, porque se refiere a la inactividad
voluntaria o forzosa en la vida laboral o el ocio, y el mero hecho de estar
donde está y responderme implica hacer algo. La mayoría de nosotros no podemos
hacer en todo momento lo que nos apetece, y tal vez sea mejor así. Una sociedad
en la que cada uno de los que la componen pudiera actuar según sus apetencias y
caprichos, sería un verdadero infierno. El que se propone un determinado
objetivo y posee méritos y voluntad suficientes para lograrlo, sean cuales sean
los obstáculos, lo conseguirá. Quienes duden que es así, que ni se tomen la
molestia de intentarlo, porque fracasarán. Es básico creer en uno mismo, pero
sin engañarse ni dejarse engañar. Por ejemplo: yo jamás seré Jorge Luís Borges,
y sería un imbécil si aspirase a serlo, pero si me esfuerzo en mejorar llegaré
a ser un juntaletras aceptable, y en eso estoy. Una cerilla nunca será el sol,
pero en la medida de sus posibilidades es útil y capaz de alumbrar.
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