viernes, 25 de abril de 2014

BUENAS NOCHES


Es cierto -Porchia tenía razón-, cuando hablo o junto letras es porque me ha vencido lo que digo. De lo contrario, me quedaría en silencio. No merecemos las palabras, nos las dan porque nos las dan, y como no son nuestras, mejor regalarlas. Ya sé que hay quienes comercian con ellas, las venden y las compran como mercaderías. Bueno, es un modo como otro cualquiera de ganarse el sustento. No me parece mal. Pero yo las regalo, precisamente porque no son mías, sino de los que me las dieron, de aquellos que he leído y escuchado a lo largo de mi vida, y de los que, sin haber escrito nada, hablándola también enriquecieron la lengua. Ni siquiera debo enorgullecerme del supuesto don de saber usarlas, ya que es un privilegio que me fue concedido sin haber hecho nada para merecerlo.

Me río al recordar la de veces que me pidieron que escribiera misivas de amor o poemas destinados a enamorar a alguien. Sudé tinta al hacerlo, porque no soy Cyrano. Jamás he intentado conquistar a nadie, y tampoco sabría cómo hacerlo. En estos casos, las palabras pasan a ser placebos en los que algunos depositan toda su fe. Pero por si solas no enamoran, y mejor un simple “te amo” propio, que mil versos ajenos. Uno acepta el encargo –qué remedio-, y lo cumple como mejor sabe y puede. Lo que suceda después será mérito o demerito del que se lo encargó. En el amor es uno mismo el que ha de servir de cebo. Lo demás es “pan para hoy y hambre para mañana”, humo, brindis al sol.

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