Anoche en la calle oí cantar a un grillo. Me pregunto si
sería Titono. ¿Qué quién era Titono? Pues era hijo del rey troyano Laomedonte,
y primo de Héctor y París. Un joven tan atractivo que la diosa Eos –Aurora para
los latinos- se enamoró perdidamente de él, y le pidió a Zeus que lo hiciera
inmortal. Se lo concedió, pero, o bien porque la diosa anduvo despistada y no
pidió también la eterna juventud, o porque el padre de los dioses sintió celos
del muchacho, Titono fue envejeciendo hasta que, encogido y arrugado, se
convirtió en grillo. Se dice que cuando Aurora despierta y riega la tierra con
el rocío de sus lágrimas, Titono sacia su sed con ellas. Y si alguien, como yo
anoche, le pregunta qué desea, siempre responde: Mori, mori, mori… que en latín
significa estar muerto.
Ya ven que hasta algo tan simple y natural como el canto del
grillo, los antiguos helenos lo mitificaban y convertían en leyenda. Por eso,
al igual que Borges, reconozco que mis contemporáneos son los griegos. Y este
viejo búho, que no cambia a Atenea por ninguna otra diosa, espera que sea ella
la que lo despida con una sonrisa, a orillas del Leteo.
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