miércoles, 23 de abril de 2014

BUENAS NOCHES

Anoche en la calle oí cantar a un grillo. Me pregunto si sería Titono. ¿Qué quién era Titono? Pues era hijo del rey troyano Laomedonte, y primo de Héctor y París. Un joven tan atractivo que la diosa Eos –Aurora para los latinos- se enamoró perdidamente de él, y le pidió a Zeus que lo hiciera inmortal. Se lo concedió, pero, o bien porque la diosa anduvo despistada y no pidió también la eterna juventud, o porque el padre de los dioses sintió celos del muchacho, Titono fue envejeciendo hasta que, encogido y arrugado, se convirtió en grillo. Se dice que cuando Aurora despierta y riega la tierra con el rocío de sus lágrimas, Titono sacia su sed con ellas. Y si alguien, como yo anoche, le pregunta qué desea, siempre responde: Mori, mori, mori… que en latín significa estar muerto.

Ya ven que hasta algo tan simple y natural como el canto del grillo, los antiguos helenos lo mitificaban y convertían en leyenda. Por eso, al igual que Borges, reconozco que mis contemporáneos son los griegos. Y este viejo búho, que no cambia a Atenea por ninguna otra diosa, espera que sea ella la que lo despida con una sonrisa, a orillas del Leteo.

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