Claro, a uno le gustaría escribir versos capaces de abrir el
corazón de alguna. Pero los versos no son llaves, ni siquiera ganzúas, y hay
cerraduras heméticas que la poesía no abre. Si ni siquiera un dios logra el
prodigio, si Eros también fracasa en el intento, que lo logre un mortal con un
puñado de palabras es pedir demasiado. Pero a pesar de todo, y aun sabiendo que
es improbable, merece la pena intentarlo. La vida humana –para qué engañarnos-
es un sin fin de intentos fallidos, y unos cuantos aciertos que, en cierto
modo, la justifican. Así es, y así debemos aceptarla. Disfrutemos del viaje
aunque no nos lleve a ninguna parte, y el timón nos desobedezca, y la brújula,
enloquecida, no sea fiable ni señale el norte. Lo sensato y lo fácil sería amar
a quien nos ama, preferir lo posible a lo imposible, lo seguro a lo incierto,
lo llano a lo escarpado. Acabamos haciendo todo lo contrario. Y a sabiendas de
que es un error, de que no va a servirnos de nada, nos atrae más lo peligroso,
lo prohibido. Somos libres, y la libertad es eso, capacidad de elección. Pues
bien, como decía mi abuela: “El que elige el mal por su gusto, al infierno a
quejarse.” Yo el primero, no faltaba más.
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