sábado, 12 de abril de 2014

BUENAS NOCHES


De siempre me encantaron los jardines. Crecí entre flores –mi madre la más bella-, y su fragancia fresca y dulce me acompaña y me inspira siempre. Los he conocido grandes y suntuosos, esculpidos a cortes de tijera. Pero prefiero aquellos que reflejan la naturaleza tal cual es, exuberante y caprichosa a la vez. He amado, soñado, leído y escrito en ellos. Dibujé, pinté y fotografié su bucólico encanto. De algunos podría reconocer las cristalinas voces de sus fuentes, porque el agua, al igual que nosotros, se expresa diferente en cada una de ellas. Los suelo rebautizar a mi antojo, así el de Murillo en Sevilla es para mí el jardín de los adioses, el del Retiro en Madrid, el de la amistad, el de Santa Margarita en la Coruña, el de la poesía y los sueños, el Jardín Canario en Las Palmas de Gran Canaria es el de lo prohibido, el Jardín del Beso en Xátiva es el de la ilusión, y hay muchísimos más. Cada uno de ellos, como cualquier otro paisaje en mi vida, va íntimamente asociado a la imagen y al nombre de una mujer, y a amores tan bellos y sublimes que para no morir se refugiaron en el ayer, y en él permanecen a salvo de los embates del presente. Como también la verdadera amistad es amor, aunque sin sexo, en todos esos jardines amé a la que iba a mi lado. No presumo de bueno, ni de sabio, ni soy un buen poeta, pero si de algo puedo enorgullecerme es de haber amado. Y si me fuera permitido llevarme algo al más allá en el que creo y descreo a cada instante, sin dudarlo me llevaría los recuerdos de las mujeres que amé. Algunas me correspondieron, otras no. Pero por lo mucho que me aportaron, el más bello de los jardines del mundo lo llevo en mi memoria.

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