El ser humano está condicionado por tres cosas
fundamentales, basadas en la creencia de que el tiempo es lineal y hemos de
recorrerlo obligatoriamente hacia adelante. El pasado quedó atrás, el presente
lo estamos viviendo, y el futuro está por llegar. Si olvido el pasado, no sabré
quien soy. Si sólo me preocupo del presente sin pensar en el porvenir,
arruinaré mi futuro. Si me obsesiono con el futuro estaré malgastando lo único
real y tangible que poseo, y renunciando a la posibilidad de disfrutarlo.
Parece complicado pero no lo es. Se trata de recordar lo que nos costó ser lo
que somos y tener lo que tenemos, sacarle el mejor partido posible, y dejar
algo para mañana, por si acaso. Los cantos de sirenas de quienes afirman que el
pasado no existe y el futuro tampoco, nos pueden llevar a quemar las naves
innecesariamente, y a echar toda la carne en el asador. Mejor no hacerlo porque
es preferible navegar que salir nadando, y en vez de hartarnos reservar lo
necesario para, en caso de apuro, evitar el hambre. No me refiero solo a lo
material, ya que el exceso de romanticismo también puede llevarnos a
situaciones extremas y dolorosas que, con un mínimo de sensatez, podríamos
evitar. Como lo conozco, sé que el amor raya en lo irracional, y que tratar de
imponerle condiciones y reglas es tarea imposible, porque al viento no se le
ata, ni el mar cabe en una botella. No obstante, si podemos y debemos
establecer ciertos límites. Todos los tenemos en mente, y a mí se me ocurren
dos: respeto y confianza. Se podrán cuestionar y discutir otros, pero no estos.
Sin ellos, la relación se tambalea y, antes o después, cae.
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