Fue hace cincuenta y ocho años, era de noche y llovía a
cántaros. Un taxi cruzó la ciudad desierta a esas horas. En el asiento trasero
una mujer a punto de parir apretaba los dientes para no quejarse. No puedo
evitar emocionarme al contarlo: entró en el hospital por su propio pie sin
ayuda de nadie, y como le habían diagnosticado un parto difícil, con voz firme
pidió a los que la atendían: “Piensen en mi hijo antes que en mí”. Media hora
después abandoné el cuerpo de aquella mujer sencilla y admirable como pocas, y
me hicieron llorar por primera vez. Todo esto me lo contó mi padre, a mi madre
no le gustaba hablar de ello. “Vaya cosa –nos decía- cualquier mujer habría
hecho lo mismo.” Alguna vez me han dicho, no sé si como halago o reproche:
“Cuando tú naciste rompieron el molde”. Yo sé que es incierto, el molde, único
e irrepetible, se rompió el día que ella murió.
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