Muchos están obsesionados por la eterna juventud. Les
horroriza envejecer, detestan sus arrugas, y tratan de imitar a los jóvenes
vistiendo y comportándose como ellos. En ciertos casos rayan en lo patético y
lo ridículo, sin caer en la cuenta que lo importante no es la apariencia
externa sino lo que atesoramos dentro, y que las huellas de la edad lejos de
avergonzarnos tendrían que enorgullecernos pues son consecuencias de lo que
hemos vivido.
Según parece, existe la inmortalidad. Una medusa, la
Turritopsis Nutricula, siempre que se mantenga en las condiciones adecuadas,
goza de ese privilegio y cuando envejece vuelve a rejuvenecer hasta llegar a su
estado más joven. Me cuentan que están estudiando el por qué sus células son
capaces de volver a su estado inicial. El día que encuentren la respuesta, a
través de manipulaciones genéticas tal vez consigan que las nuestras actúen
igual. Ese día habremos desterrado a la muerte o, al menos, podríamos prolongar
nuestras vidas unos centenares de años más. Es posible, pero lo que no sé es
si, llegado el caso, deberíamos celebrarlo o echarnos a temblar.
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