Estamos todo el tiempo dando y recibiendo opiniones,
explicando lo que no sabemos o dejando que nos lo expliquen otros que tampoco
lo saben, abriendo y cerrando puertas que ni siquiera existen. ¿Para qué todo
eso? ¿Cómo es que a mí, que no sé nada de nada, muchos me llaman maestro,
cuando ni tan siquiera soy un aprendiz, ya que, para serlo, primero tendría que
saber lo que quiero o necesito aprender? La ignorancia es muy atrevida, y los
humanos somos excesivamente atrevidos. Esta tarde escribí o arme un poema de
golpe, que es como suelo hacerlo. Después, al leerlo, me quedé pensando, y todo
para acabar preguntándome lo mismo de siempre: ¿Por qué he escrito esto?
¿Alguien lo va a entender? Bueno, menos mal que al publicarlo me libré de él, y
de la tentación de corregirlo, que, en mi caso, suele acabar en una cruenta
carnicería. Lo que en principio, con sus aciertos e imperfecciones, estaba
vivo, lo acabo mutilando o matando. Pues nada, lo hecho, hecho está, y a otra
cosa. No sé por qué me viene a la memoria este epigrama de Horacio: “Comiste
bastante, jugaste bastante y también bebiste; Tiempo de que te vayas.” Además
de gran poeta, el romano era un hombre lúcido y sensato. Yo no lo soy; por eso
me quedo, y nada me parece bastante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario