Te veo muy sonriente en una foto tras veintidós
interminables años. Aún tu mirada triste me recuerda a aquella que amé tanto. A
la que eres ahora no la culpo: sé bien que no eres ya la que juró amarme para
siempre, como tampoco yo soy el que antaño, por creer en sus promesas, acabó
convertido en un patético personaje de tango. Del “siempre”, que apenas si duró
dos primaveras, guardo un recuerdo amargo. Mirando tu retrato me doy cuenta de
que el tiempo y el mar, cuando menos lo esperas, te devuelven los restos del
naufragio. ¿Y para qué mentir?, si yo pudiera regresar al pasado sabiendo lo
que sé, no dudaría en volver a embarcarme, con la que fuiste entonces, en una
travesía de antemano condena al fracaso.
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