La
diferencia entre publicar aquí o en papel, es que en estas páginas virtuales
sabes quienes te leen, porque te lo dicen, y en papel, aunque compren tu libro,
te quedará la duda de si alguien se tomará el trabajo de leerlo. ¿Pretendes
ganar dinero con lo que escribes? Olvídalo. ¿Aspiras a la inmortalidad? No es
más que un vano sueño. Da igual dónde y cómo te des a conocer. Los bits o la tinta, la pantalla o el
papel, sirven para lo mismo, para llegar a otros. El reconocimiento o la
indiferencia, la gloria o el olvido, no dependen de ti. Tú escribes y los demás
juzgan. Si tratas de agradar o llamar la atención, malo. Si te empeñas en
innovar y mostrarte diferente al resto, peor. Somos como somos y así debemos
mostrarnos. Las apariencias, lejos de engañar a nadie, ridiculizan a quienes se
empeñan en fingir ser lo que no son. En ajedrez un peón puede llegar a ser tan
valioso como cualquier otra pieza, y en el tablero de la vida, también. No se
obsesionen en lograr honores y premios, ni se envanezcan si ganan alguno. A
Borges no le concedieron el Nobel, y no por eso deja de ser quien es. En
cambio, a muchos de los galardonados ya no se les lee ni se les recuerda. Los
laureles los marchita el tiempo; el mérito y el talento pueden llegar a ser
inmarcesibles y eternos. ¿Cuántos de ustedes conocen o han leído a Sully
Prudhomme, Henrik Pontoppidan, Erik Axel Karlfeldt, Roger Martin du Gard, Frans
Eemil Sillanpää? Seguro que muy pocos. Pues todos fueron premios Nobel de
Literatura. A la larga, el tiempo y los lectores acaban decidiendo quién es
quién y cuál es su lugar. No siempre tales decisiones son justas, pero si
inapelables.
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