Soy
aprendiz de mucho y maestro de nada. Además de juntar letras, me apasionan la
fotografía y la cocina. Tampoco hay tanta diferencia entre un poema, una foto o
un guiso. La poesía se puede escribir con letras, luz, sonidos, texturas,
aromas y sabores. Mi abuela fue una gran poeta de cacerolas, sartenes, hornos y
fogones. ¡No vean cómo rimaban todos los ingredientes de sus platos! ¡Qué prodigio de salsas!
¡Cómo sabía medir y combinar las especias! No cambio yo un buen asado con
patatas al horno y salsa bearnesa por el mejor de los sonetos. Y que me perdone
Quevedo, aunque me da que habría estado de acuerdo. Tendemos a mitificar en
exceso ciertas cosas, restando importancia y valor a otras. Todo tiene su aquel
y su momento. Alimentemos el espíritu, pero también el cuerpo. Mientras seamos parte
de este mundo, los necesitaremos a ambos, y para contentar a uno no es preciso
mortificar al otro. Tras una sopa humeante acompañada de jamón ibérico. Llega
el momento de paladear el oporto. Después, ¡quién sabe! Con la barriga llena,
la cabeza despejada y el corazón sereno, tal vez me anime a perpetrar algunos
versos.
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