Los
que quieran conocer a Dios que no lo busquen en el Arte ni en los templos, sino
en el corazón de los que sufren. Admiro las pinturas y esculturas religiosas,
pero me emocionan más quienes, hartos de tanto infortunio, conservan intacta su
fe. En una humilde choza me siento más cerca del Creador que en la más
monumental de las catedrales. Trataré de explicarme: Al confesarme agnóstico me refiero a que no puedo
afirmar ni negar lo que para mí es un misterio. Pero si soy creyente, aunque no
pertenezco a ninguna religión y no acepto doctrinas ni dogmas de ningún tipo.
Dios existe. Lo afirmo no porque lo sepa y pueda probarlo, sino porque lo
siento así. En lo que no creo es en quienes hablan y actúan en su nombre. Entre
un padre y un hijo sobran intermediarios, ceremonias y reglas. Si es
omnisciente lo sabe todo sobre mí. Si posee el don de la ubicuidad está
conmigo. Si es omnipotente lo que deba hacer lo hará. Si es justo obtendré de
Él lo que merezco, ni más ni menos. No le pido cariño sino que me entienda. Ni
que me proteja y aparte del mal, ya que al hacerlo me estaría restando
libertad, y prefiero decidir yo en cada momento. Acepto y agradezco que me
muestre el bien, pero sin someterme al chantaje de la salvación o la condena
eterna. Procuro hacer lo que puedo y debo, y en alguna ocasión, -siempre las
menos-, lo que quiero. Lo dicho, no sé nada de Dios, y lo que me cuentan,
quienes dicen saber, no me convence. Como antes la duda que el despropósito,
seguiré siendo un ciego que sueña con la luz.
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