La
vida, o mejor dicho, mi vida que es de la que puedo hablar, son etapas. Puertas
que se abren ante nosotros y se cierran para siempre en cuanto las dejamos
atrás. Dado que es imposible retroceder, de poco vale preguntarse por qué elegí
aquella y no otra. Sobre todo cuando, muchas veces son las circunstancias las
que nos obligan a escoger. ¿Somos realmente libres? Depende de para qué. Lo de “¡Seamos realistas,
pidamos lo imposible!”, no fue más que una boutade para encandilar a las masas.
Y seguimos, como nuestros ancestros, recogiendo migajas, porque la riqueza
sigue en manos de unos pocos privilegiados que ya ni saben lo que hacer con
ella. Cuesta aceptar que “no es pobre el que poco tiene sino el que mucho
ambiciona”, pero así es. Llegamos a este mundo y nos iremos de él sin nada. La
igualdad sólo existe en el claustro materno y en la tumba. El resto es vanidad
de vanidades. Lo que creemos poseer no es nuestro, no nos pertenece por más que
un puñado de leyes mal hechas afirmen lo contrario. La otra noche hablábamos de
posibles claves para lograr el amor y la felicidad, quizá la única valida sea
esta: compartir.
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