jueves, 15 de enero de 2015

BUENAS NOCHES


El océano enojado, el cielo plomizo y el aíre húmedo y frío, son la imagen severa y cruda del invierno que me trae a la memoria aquellos charcos convertidos en mares, por los que Tomasito hacía navegar diminutos barquitos de corcho con velas de papel. Transformado en Poseidón, agitando las aguas e  imitando, sin saberlo, a Boreas. Constructor, armador y capitán de las naves que iban de orilla a orilla llevando como pasajeros a unas cuantas hormigas desconcertadas. Para un niño de su edad no existía el tiempo, ni otra obligación que acudir a regañadientes cuando lo llamaba su madre. Nuestros navíos, toscos e improvisados, requerían de ciertas dotes de inventiva, imaginación y, sobre todo, valor para defender la flota de perros traviesos y de piratas. Por suerte no faltaban palos y piedras cuando era preciso hacer respetar el derecho marítimo. Todo esa magia se ha perdido. La de ahora está patentada y no es espontánea y gratuita como antaño. Los niños continúan siendo niños y sus necesidades básicas son las mismas. Pero los actuales pueden permitirse lo que para nosotros era inimaginable. La verdad es que no sé si alegrarme o entristecerme; si han ganado o perdido; si tanta tecnología, despilfarro y sofisticación les hace bien o mal. Entonces no teníamos nada y soñábamos; hoy tienen de todo y me pregunto: ¿con qué sueñan?  Lo cierto es que cuando veo un charco, me entran unas ganas locas de arrodillarme y volver a jugar. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario