Ignoro
la razón, pero cada libro que leo, e incluso aquellos que aún no he leído, me
aportan algo nuevo, iluminan mi espíritu. Además del lenguaje verbal, poseen lo
que, para entendernos, podríamos denominar, alma. Esta no depende solo del
contenido de sus páginas, ya que podemos percibirla con el mero tacto, sino que
es más bien una especie de irradiación que transmiten. Las ventajas del libro electrónico son
indiscutibles, y yo tengo uno y lo uso. Llevar una biblioteca en el bolsillo me
parece ciencia ficción y no veo por qué he de renunciar a ella. Pero jamás
podrá sustituir a la que tengo en casa, por más que ya apenas me queda espacio
en el que alojar a los nuevos que, día a día, se incorporan. La tinta, el
papel, la tela y la piel tienen una magia insustituible. Un retrato o un
paisaje pintado al óleo no es lo mismo que una fotografía. Las conversaciones
cara a cara y mirándose a los ojos, son diferentes a las que sostenemos a
través del teléfono. Bienvenidas sean las nuevas tecnologías y cuanto nos
aportan, pero hay cosas que no pueden ni deben cambiar. No estoy muy seguro de
que los cambios vertiginosos sean positivos a la larga. La evolución es un
proceso largo que no conviene acelerar artificialmente. Lo virtual, como un
medio de salvar distancias, es muy útil y se agradece, siempre que no acabe
sustituyendo o entorpeciendo a lo real.
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